Más
de una vez he descrito el instante en que la conocí. Habana, día de un año de
mil novecientos ochenta y pico. Ella fumaba con impaciencia y nosotros, un
grupo de alumnos asfixiados por el humo intimidante de su presencia,
esperábamos que nos revelara todos los secretos que se esconden sobre un
escenario.
Más
de una vez, también, he descrito todo lo que hemos compartido desde que ella y
su esposo, el escritor Alejandro Aguilar, se mudaron para Santo Domingo y se convirtieron
en nuestra familia. Como cada vez que nos reunimos no paramos de hablar, esta
entrevista se ha estado haciendo por semanas, meses, años…
Desde
que tengo una idea más o menos clara de lo que debe ser un artista, Marianela
Boán está entre los creadores que más admiro y creo. Su honestidad es
directamente proporcional a su talento y eso, en los tiempos que corren, la
convierten en una especie en extinción.
Hemos
hablado tanto, que cuando le hice estas preguntas creía saber sus respuestas.
Pero Marianela se reinventa tanto que es incapaz de volver a decir nada del
mismo modo. Por tanto, a partir de esta línea soy un lector más. Como
cualquiera de ustedes, me siento a mirar el movimiento que tienen las palabras
cuando están en boca de Marianela Boán.
¿Cuál es tu mayor deuda con la
Escuela Nacional de Arte de Cubanacán?
Viví
fuera de Cuba hasta los 9 años y a los 11 comencé a entenderla, a través de la
Escuela Nacional de Arte (ENA) y de la danza. Desde entonces danza, vida y
creación son para mí lo mismo. Pero la danza está en la base de la comprensión
de todo lo demás. Desde el cuerpo de la niña que se vuelve adolescente mientras
baila, viví el choque frontal y la transformación de la vida, la cultura y la
política cubanas entre 1966 y 1973, años de grandes conflictos ideológicos y
éticos.
La
idea de apertura y contaminación, esenciales en mi obra, tienen su origen en la
educación integral que recibí en la ENA una educación que preconizaba que cada
artista debía tener el mayor conocimiento posible de todas las artes. En esa
época, la escuela tenía una vocación ecuménica que trataba de poner en relación
las diferentes artes y artistas; que veía la especialidad excesiva como un
límite y la apertura e inclusión de otras artes como algo fundamental.
Desde
entonces empecé a ver la danza como un acto colaborativo, que se expande y se
contrae con la intervención de otras artes. La danza como fuente, como inicio,
pero nunca como fin.
Vistas desde ahora, ¿qué significan
para ti las experiencias de Danza Contemporánea de Cuba y DanzAbierta?
Danza
Contemporánea: el lugar donde aprendí el oficio.
DanzAbierta:
el lugar donde me desaprendí de él.
¿Por qué te fuiste de La Habana?
No
me fui de La Habana ni legal ni espiritualmente. Uno puede estar físicamente en
un lugar y no estar presente… y viceversa. Cada vez que visito Cuba siento que
la distancia me ha hecho más presente. Definitivamente, el plano en que un
artista y su obra se perciben, no es geográfico.
En
Cuba las palabras “irse” o “quedarse” están llenas de un contenido que me es
ajeno. No obstante, hace tres lustros que no vivo geográficamente en La Habana.
Después de 15 años en Danza Contemporánea de Cuba y 15 en DanzAbierta y a mis
casi cincuenta, necesitaba estudiar.
Sentía
que ya había dado demasiado y que debía poner en riesgo todas las seguridades
del estatus y la aceptación; experimentar con tecnología, con otras formas de
producción, con otras culturas y cuerpos. Reinventarme para crecer. Siendo una
coreógrafa tan alimentada de la realidad circundante, necesitaba un cambio, con
realidad incluida.
¿Por qué te fuiste de Filadelfia?
En
Filadelfia nunca estuve con carácter permanente por lo que tampoco me fui. Filadelfia
es una de las mejores ciudades para la danza contemporánea en Estados Unidos.
Allí decidí pasar un curso de primer mundo mientras hacía un Master en danza.
Allí
estrené obras para la compañía BoanDanz Action, que fundé con bailarines
americanos. Con ella, realicé giras internacionales y participé en algunos de
los más importantes festivales de Estados Unidos. Me proyecté por todo el país
y pude absorber, investigar y crear con intensidad todo lo que necesitaba sobre
ese mundo postecnológico en crisis (Bush, la guerra de Irak, la crisis
financiera del 2008) que me tocó vivir.
Ese
período me cambió, me aportó, fue fascinante, pero también me reveló la importancia
de tener una misión: “ser mejor que mi misma en sí mismo”, sin la ilusión de
que a través de la obra estás cambiando algo afuera, no tiene sentido para mí.
Entonces
descubrí que el Caribe aún me dolía y que “el curso” había llegado a su fin.
¿Por qué te quedaste en Santo
Domingo?
Me
quedé en Santo Domingo porque estoy en el tiempo de dar y el sentido de misión
es aquí lo más importante. Cada acción artística que ejecuto está destinada a
fundar, formar o enseñar. Aquí soy creadora, curadora, gestora y formadora.
La
sed de aprender de los jóvenes con los que formé la Compañía Nacional de Danza
Contemporánea del Ministerio de Cultura y el interés de las autoridades, los
intelectuales, los artistas y el público por la danza contemporánea me
cautivaron. Pero aún más me ha cautivado ver cómo la danza contemporánea ha
ganado terreno y respeto en estos siete años.
Me
quedé en Santo Domingo porque me da el don de la ubicuidad. Desde aquí puedo
seguir interactuando con Cuba y Estados Unidos. Cada año viajo a ambos países,
creando, presentando obras y enseñando.
Los territorios conquistados se vuelven un
archipiélago alrededor de esta isla.
4 comentarios:
Excelente Camilo. Gracias!
Tus entrevistas, sean a quien sean, siempre son muy buenas.
Saludala de mi parte, la conoci y comparti con ella cuando era pareja del amigo de toda la vida Sergio Vitier, que lamentablemente partio antes de tiempo....Mandale un abrazo de mi parte....!
Marianela Boan nos enseñó en Teatro Obstáculo a tomar conciencia corporal, nos enseñó a respetar la danza; nos abrió su casa, todas sus casas, porque la honestidad no tiene precio.
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